Setenta mil kilómetros cuadrados de selva amazónica han desaparecido en Brasil. Cada minuto se talan en el Amazonas el equivalente a ocho campos de fútbol. En los últimos treinta años se ha perdido una extensión más grande que Chile. Las talas ilegales, las extorsiones, las apropiaciones ilegales y la esclavitud son la realidad de cada día en la región natural más rica de todo el mundo.
Los bosques de la Amazonía sufren una explotación incontrolada. Las empresas ganaderas y madereras atentan contra el pulmón del planeta sin que nadie pueda frenarlo. No es fácil controlar los abusos porque las distancias son enormes. Sólo en el Estado de Amazonas cabrían 11 países europeos.
Sus habitantes sufren las consecuencias de la desmedida explotación de la selva. Tres millones de personas con salarios inferiores a 100 dólares mensuales, sin educación y sin esperanza. La pobreza facilita a las empresas tener hasta 40.000 trabajadores en condiciones similares a las de la esclavitud. El patrón se hace cargo del viaje, del alojamiento, de la alimentación y de la ropa de trabajo, que se les descuenta de su salario.
Gran parte de la riqueza del Amazonas se esconde entre árboles milenarios, pero también quedan ocultas las malas prácticas que se cometen al amparo de sus ramas. Ningún gobierno brasileño –el 60% de la selva pertenece a Brasil- ha tenido los medios necesarios para hacer frente a la sobreexplotación de la selva y al desamparo de sus habitantes. Hasta 2004 no hubo en Brasil un plan gubernamental que hiciera frente a la deforestación. En su primer año, se redujo un 31% la tala indiscriminada. Menos de 18.000 kilómetros cuadrados frente a los 27.000 del año anterior, equivalente a la extensión del Estado de Nueva York.
El Plan para “Prevenir y Controlar la Deforestación del Amazonas” ha sido una de las apuestas personales de Lula. Era necesario que el presidente de la República se dejara asesorar por la línea verde de su partido, muy alejada de las fábricas y el movimiento obrero y sindical de las grandes urbes.
Los terratenientes silencian las voces de los que luchan contra esta injusticia pero no pueden hacer callar el ruido de las motosierras cuando talan cedros, jacobas o elondos. La presión internacional y las prohibiciones gubernamentales son insuficientes. Las empresas multinacionales ven en la Amazonia una fuente de ingresos fácil y con un bajo coste. A la explotación por la madera y por la ganadería se le suman las tierras de monocultivo. Tres gigantes estadounidenses, Archer Daniela Midland (ADM), Bunge y Cargill controlan el 60% de las exportaciones de harina, pienso y aceite procedente de Brasil. Durante el periodo 2004-05 deforestaron más de un millón de hectáreas para su sembrado.
La plantación de soja también ha invadido la selva. La mayor empresa productora privada de soja del mundo, el grupo Maggi, ha aumentado su producción por la creciente demanda de Europa y Asia para alimentar el ganado. Su propietario Blairo Maggi es el gobernador del Estado de Mato Grosso, uno de los más castigados por la deforestación. Le llaman el rey de la selva. Recauda 600 millones de dólares al año y ha llevado el desarrollo a la región con nuevas carreteras e infraestructuras, pero también la deforestación y la irresponsabilidad. Desde que es gobernador la tala indiscriminada ha aumentado un 40%.
El Amazonas contiene casi la mitad de todas las especies vegetales del mundo, muchas en peligro de extinción por falta de agua y de humedad. Si la selva amazónica desaparece, también lo harán el resto de selvas húmedas del planeta. Se trata de una enfermedad que afecta a toda la humanidad y requiere una actuación conjunta antes de que sea tarde. La acción individual y las palabras no sirven. Como decía Chico Mendes, “acto público y entierro numeroso no salvarán a la Amazonia, pero si con mi muerte se fortalece nuestra lucha merecería la pena”.
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